Usted puede estar seguro
Cómo respondería si le preguntara en este momento: “¿Es usted salvo?”
Debería ser capaz de contestar: “¡Gracias a Dios! ¡Gloria y alabanza a Ti, Señor! ¡Sé que soy salvo!”
No obstante, muchos creyentes no saben que son salvos. Andan a su alrededor decaídos, desanimados, preguntándose y preocupándose. Me recuerdan los signos de interrogación con sus cabezas inclinadas, en vez de signos de exclamación erguidos, altos y firmemente de pie diciendo: “Yo sé a quién he creído.”
En lugar de ser creyentes victoriosos son creyentes dudosos. En vez de tener una salvación “que se conoce”, tienen una salvación “que se espera”.
Alguien dijo: “Si usted pudiera tener la salvación y no saberlo, la podría perder y no echarla de menos.” La verdad es que si tiene la salvación, lo sabe, y si la posee y lo sabe, nunca podrá perderla.
Conocí en una ocasión a un joven en un cuarto de hospital. Minutos antes yo había guiado a su moribunda suegra al Señor Jesucristo. Me volví hacia él y le pregunté:
¿No cree que es maravilloso que el Señor la haya salvado?
¡Oh, nadie puede saber si es verdaderamente salvo! respondió.
Este hombre no era un no creyente; es decir, él no repudiaba el cristianismo. Él simplemente tenía una posición doctrinal que no le permitía aceptar la seguridad de la salvación.
No obstante, el apóstol Juan escribió todo un capítulo para asegurarle al pueblo de Dios que ellos son sin duda el pueblo de Dios: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna […]” (1 Juan 5:13).
La palabra sepáis significa seguridad absoluta. Según el versículo 13, es posible ser salvo y saberlo. Sin embargo, el simple hecho que Juan haya escrito este versículo demuestra que también es posible ser salvo y dudarlo.
¿Es buena la duda? No. La duda es a su espíritu lo que el dolor es a su cuerpo. El dolor es una advertencia, una señal de que algo no está bien. No significa que está muerto, sino que algo anda mal.
Si tiene dudas y es realmente un renacido hijo de Dios, está sufriendo de alguna dolencia espiritual. Todos los creyentes dudamos de vez en cuando. Una mujer le dijo en una ocasión a Dwight L. Moody que ella tenía 25 años de ser salva y nunca había tenido ni siquiera una duda. Él le respondió: “Entonces dudo que usted sea salva.”
Ahora bien, aunque todos podemos ser incomodados por una duda ocasional, este es un problema que debe y puede ser superado. Juan dijo que él escribió el capítulo 5 a nosotros los hijos de Dios para que sepamos que hemos sido salvados. Los verbos saber o conocer aparecen en esta epístola con relación a la seguridad unas treinta y ocho veces.
Por consiguiente, la pregunta lógica sería: ¿Cómo puedo saberlo? Yo lo sé, no por ninguna confianza que tenga en mí mismo, sino por dos pruebas infalibles que compartiré a continuación.
la raíz de nuestra creencia
¿En qué creemos? ¿Somos los creyentes ingenuos que creemos en cuentos de hadas o realmente existe un fundamento para nuestra creencia? ¿Por qué creemos lo que creemos?
La fe es la raíz de nuestra creencia, pero la fe no es vivir o caminar cuidadosa y temerosamente. La fe es certeza y convicción (Hebreos 11:1). Ésta posee cimientos y pilares de concreto espiritual. Es real, y Dios nos ha dado unos testimonios auténticos y fidedignos para que sepamos que somos salvos y vamos al cielo.
La Obra Eterna Del Salvador
Primera Juan 5:6 enseña: “Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre.” Cuando el Señor Jesucristo fue crucificado, un soldado le abrió el costado con una lanza, “y al instante salió sangre y agua” (Juan 19:34). Esta es la obra eterna del Salvador, que somos salvos por sangre y santificados por agua.
El tabernáculo en el Antiguo Testamento es una representación de Jesucristo. Cuando usted entraba, primero llegaba al altar de bronce sobre el cual se llevaba a cabo el sacrificio de sangre. Más adelante se hallaba una fuente de bronce o gran lavabo en donde los sacerdotes se podían lavar. Primero la sangre y después el agua. La sangre de Jesucristo paga el precio de nuestros pecados, y el agua santificadora nos mantiene limpios.
En el himno “Roca de la eternidad” entonamos: “Roca de la eternidad, fuiste abierta Tú por mí; / Sé mi escondedero fiel, paz encuentro sólo en Ti: / Rico, limpio manantial, en el cual lavado fui.”
Sé que soy salvo porque Jesucristo, el Hijo de Dios, murió para comprar mi salvación. Esto es un hecho histórico y es la obra salvadora de Cristo.
El Testimonio Interno Del Espíritu
“Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio; porque el Espíritu es la verdad. Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres concuerdan” (1 Juan 5:6-8).
¿Cómo sé que hubo un hombre llamado Jesucristo? ¿Cómo sé que Él es el Hijo de Dios que nunca cometió pecado? ¿Cómo sé que Dios lo envió? ¿Cómo sé que Él efectivamente murió en la cruz y llevó mis pecados?
Gracias a Dios no tengo que depender de la opinión de nadie para saberlo. El Espíritu Santo de Dios está aquí para hacerlo real en mi corazón. Verá, Dios nos dio la obra de Jesucristo, pero para hacer la obra de Cristo -el agua y la sangre- real en nosotros, Él nos dio el Espíritu.
“Si recibimos el testimonio de los hombres — dice Juan en el versículo 9 — mayor es el testimonio de Dios; porque este es el testimonio con que Dios ha testificado acerca de su Hijo.” La palabra “si” puede también ser traducida como puesto que: Puesto que creemos en el testimonio de los hombres.
Una noche estaba en Augusta, Georgia, predicando en una conferencia de misiones. A la mañana siguiente, fui al aeropuerto y volé de regreso a Memphis. Para hacer esto, tuve que ejercitar mi fe en un piloto de aviación que no conocía: nunca vi sus credenciales, ni nunca antes lo vi pilotear. Ahora bien, la Aerolínea Delta puso su sello de aprobación en este hombre, así que yo sólo abordé el avión y no lo pensé mucho. Aceptamos el testimonio de los hombres.
Antes de irme al aeropuerto, desayuné en un restaurante. ¿Cómo sabía que la comida no estaba envenenada? Tuve fe en la dama que me la sirvió. Recibimos el testimonio de los hombres.
Cuando su doctor le escribe una receta médica, la mira, y a pesar de que no puede leerla, pronunciarla, ni entenderla, se la da al farmacéutico quien pone píldoras en un frasco. Luego, sin pensarlo dos veces, se las lleva a casa y se las toma. ¿Por qué? Porque aceptamos el testimonio de los hombres.
De la misma manera, a través de la fe, recibimos el testimonio de Dios por medio del Espíritu que Cristo murió por nuestros pecados y resucitó de entre los muertos para nuestra santificación. Por lo tanto, no hay excusa para la incredulidad. La Biblia promete que el Espíritu Santo ayudará a creer a todo aquel que desee creer. Primero el Espíritu nos testifica a nosotros, luego Él testifica en nosotros.
“El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo” (1 Juan 5:10). Antes de ser salvo, Él me testificó, me afirmó que lo que Cristo hizo es verdad. Ahora, Él testifica en mí, tengo el testimonio en mí mismo.
Supongamos que saboreo un pedazo de pastel de manzana, y usted se me acerca y me alega: “No existe tal cosa como un pastel de manzana. No creo en los pasteles de manzana, y si los hay, no son buenos.”
A pesar de sus argumentos, tengo el testimonio en mí, lo poseo adentro. Un creyente con un testimonio nunca está a merced de un incrédulo con su opinión, puesto que él tiene el testimonio en sí mismo.
La Palabra Eterna De La Escritura
“El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Juan 5:10-13).
He aquí el origen de nuestra creencia. He aquí la razón de nuestra seguridad. No somos simples crédulos. Jesús murió. Él vino por sangre y agua. El Espíritu de Dios ratifica: “¡Sí, es verdad!” Todo esto está atestiguado por la Palabra de Dios.
Dudar de la Biblia es llamar a Dios mentiroso. Algunos dirán: “Bueno, estoy tratando de creer.”Con todo, han llamado a Dios mentiroso, simple y claro. O es la Biblia su Palabra su perfecta e infalible Palabra , o no. La obra de Cristo, el testimonio del Espíritu y la Palabra de Dios dicen que sí lo es.
Permítame darles otro ejemplo. Supongamos que estoy en una corte y el juez me pregunta:
Sr. Rogers, ¿está usted casado?
Sí, su Señoría, lo estoy contesto.
Bien, ¿puede probar que está casado, Sr. Rogers?
Sí, por supuesto. Verá, estaba en la iglesia, y vi a Joyce cuando venía hacia el altar. Mi corazón empezó a palpitar fuertemente, y estaba tan feliz. Su Señoría, estar casado es el sentimiento más hermoso del mundo.
Cuando termine de hablar, el juez dirá:
Lo siento. Aunque me alegra que se sienta así, sus sentimientos no sirven como evidencia en esta corte. ¿Tiene alguna prueba?
Entonces voy al registro civil o ayuntamiento; adquiero el certificado de matrimonio notariado, firmado y sellado; se lo presento al juez y él acepta mi matrimonio como un hecho comprobado.
Mi salvación no gravita en mis emociones. Tengo un registro oficial. Poseo la Palabra de Dios: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:13).
Una noche cuando andaba compartiendo el evangelio, le pregunté a un hombre si deseaba recibir a Cristo como su Señor y Salvador personal. Después de orar juntos, le dije: “Ahora le quiero dar un certificado de su nacimiento espiritual.” Busqué Juan 5:24 y leí: “De cierto, de cierto os digo: El que oye a mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.”
Empezamos a leerlo de nuevo: “De cierto, de cierto os digo”, y le pregunté:
Jesús es el que está hablando. ¿Lo cree usted?
Sí -contestó.
“[…] El que oye mi palabra […].” ¿Ha escuchado su Palabra?
Sí.
“[…] y cree al que me envió […].” ¿?Cree en el Dios que envió al Señor Jesús?
Sí -afirmó.
“[…] tiene la vida eterna […].” ¿Tiene usted la vida eterna?
Bueno, espero que sí -respondió.
Leámoslo de nuevo -le pedí.
Y lo hicimos. Otra vez contestó sí a todas las preguntas excepto a la última. De nuevo respondió:
Bueno, así lo espero.
Leámoslo una vez más -insistí.
Esta vez cuando le pregunté si tenía la vida eterna, la luz de su entendimiento se prendió.
¡Claro que sí! ?¡Sí! -exclamó.
¿Quién lo dice? -proseguí a preguntarle.
¡Dios lo dice! ¡Dios lo dice!
Esta es la base de su creencia. Esta es la fuente de su seguridad. ¿No es mejor tener la Palabra de Dios que mis palabras o las de su vecino o sus propias opiniones, emociones, deseos o antojos?
El Fruto De Nuestro Comportamiento
Además de la raíz de nuestra creencia, lo otro que necesitamos es dar un vistazo a los frutos de nuestro comportamiento para saber si somos o no realmente salvos. ¿Qué ha hecho Jesús en mí? ¿Es todo esto únicamente un ejercicio intelectual, o ha habido realmente un cambio?
El apóstol Juan es muy práctico aquí. Él nos muestra cómo nuestra salvación debe manifestarse en nuestro comportamiento, y nos da tres pruebas.
La Prueba De Los Mandamientos
“Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en Él. El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” (1 Juan 2:3-6).
Me pregunto si Juan estuvo en un culto de testimonios en donde alguien presumía de ser salvo afirmando que lo era, pero su actuar y su hablar se contradecían. Si usted dice que es salvo, esto sin lugar a dudas saldrá a relucir en su vida. Usted no va ha guardar los mandamientos de Dios con el fin de ser salvo, sino que los guarda porque es salvo.
Esto presenta un serio problema, ya que ni uno de nosotros jamás ha obedecido siempre todos los mandamientos de Dios. Yo no lo he hecho desde mi salvación, usted tampoco lo ha hecho desde su salvación. No obstante, la Biblia dice que en esto sabemos que estamos en Él, si guardamos sus mandamientos.
Ambos, el problema y la solución, se hallan en la palabra guardar. Es en realidad un término marítimo. En los días de los apóstoles, los marineros navegaban guiándose por las estrellas. Y del marinero que establecía su curso por medio de las estrellas, se decía que estaba “guardando las estrellas”. Su intención era guiarse por las estrellas.
Por lo tanto, guardar los mandamientos de Dios significa usar la Palabra de Dios como una guía para nuestras vidas. Es el deseo de todo hijo de Dios vivir de acuerdo a su Palabra. Aunque las tormentas nos puedan desviar fuera de curso, distraer o confundir, la meta de nuestra vida es guardar los mandamientos de Dios.
Desde que entregué mi corazón a Jesús, ha existido un cambio profundo, divino y radical en mí, y poseo un anhelo fervoroso de vivir para Dios. Y si usted es salvo, este cambio y anhelo deben encontrarse también en usted.
Esto no significa que ya no peco más. La diferencia yace en que antes de ser salvo estaba corriendo al pecado; ahora huyo de él. Y si caigo en pecado, me levanto inmediatamente y continúo huyendo de éste.
La prueba de los mandamientos asegura: si usted puede pecar, deseoso y consciente, contra la voluntad de Dios, sin convicción, sin compunción y sin remordimiento, usted necesita salvarse. Mucha gente dice: “En algún lugar hicieron una invitación y respondí pasando al frente, y me salvé. Sé que ahora soy sólo un descarriado, pero aún soy salvo y voy al cielo.”
No, no lo es. Si está viviendo de esa forma -arrogante, errónea y liberal- y no le rompe su corazón, usted por consiguiente, no conoce al Dios de la Biblia.
La Prueba Del Compañerismo
“Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte” (1 Juan 3:14). Cuando soy salvo, anhelo estar bien con mi Padre y con mi hermano.
Sin embargo, existen algunos que dirán: Por el contrario, la Biblia afirma que si amamos a Jesús, amaremos lo que Jesús ama, y Jesús ama su iglesia.
La palabra santo (singular) aparece en la Biblia solamente cinco veces. El plural aparece casi cien veces. Ahora bien, ir a la iglesia no le hará un creyente tanto como ir a un garaje no le transformará en un automóvil. Mas cuando se dé cuenta que ha sido comprado con la sangre de Jesús, cuando el Espíritu de Dios entre a morar en usted, recibirá una nueva naturaleza, guardará sus mandamientos y amará a los hermanos.
La Prueba de la Confianza
La más grande y fuerte de todas las pruebas es la de la confianza. Todas las otras se derivan de ésta. “El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo […] . Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Juan 5:10, 13).
En la Biblia, las palabras creer y confiar son la misma palabra. Concerniente a Jesús dice: “Muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. Pero Jesús mismo no se fiaba—confiaba—de ellos, porque conocía a todos” (Juan 2: 23-24). Ellos dijeron que creían en Él, mas Él no les creyó. Jesús sabía que ellos eran sólo buscadores de milagros; no eran verdaderos creyentes.
La fe bíblica no es solamente un ejercicio intelectual. Usted no cree acerca de Jesús, usted cree en Jesús. Usted se entrega y se confía a Jesús.
Yo no creí acerca del avión en el cual volé de Augusta a Memphis; yo creí en él, me confié a ese avión. No sólo dije: “Estos aparatos pueden volar. Voy para Memphis. Creo que puede volar. Creo que ese hombre es un buen piloto. Tengo confianza en la aerolínea.” No, abordé confiando mi vida a ese piloto y a ese aeroplano.
Aquel que deposita su confianza en ese avión vuela a Memphis. Y aquel que deposita su confianza en el Hijo de Dios vive para siempre con Él. Yo confié mi vida a ese avión. El que confía, y entrega su vida al Hijo de Dios, es quien es salvo. ¿Lo ha hecho usted?
Note que no dice: El que ha creído; sino afirma: “El que cree.” Siempre está en tiempo presente.
Le ha preguntado alguna vez a alguien: “¿?Es usted salvo?” Y le responden: “Sí, soy salvo. Recuerdo que pasé al frente en mi iglesia cuando tenía nueve años de edad, dando mi mano al pastor y mi corazón a Jesucristo. Puede ser que no esté viviendo para Dios ahora, lo admito. Con todo, sé que soy salvo porque recuerdo lo que hice cuando era un niño de nueve años. Recuerdo que creí en Jesucristo.”
La Biblia nunca utiliza tal experiencia como prueba de la salvación. Nunca apunta a una fecha en que creyó en Jesucristo.
Escucho incluso a gente asegurar: “Si no puede contarme el lugar y el momento cuando recibió a Jesucristo, no es salvo.” Esto no es bíblico. La Biblia nunca dice que es salvo por algo que recuerde del pasado. Dice: “El que cree.”
No estoy indicando que no hubo un tiempo en que recibió a Cristo. Sí, obviamente hubo un día, pero éste no es la prueba. La prueba es: ¿Cree usted en Jesucristo ahora? ¿Está confiando en Él hoy? ¿Existe alguna evidencia en su vida hoy de que pertenece a la descendencia del Dios viviente? Esta es la prueba de su salvación.
Súplica Final
Amigo (a), si le preguntara en este momento: “¿Es usted salvo?”, ¿es capaz de contestar: “¡Gracias a Dios! ¡Gloria y alabanza a Ti, Señor! ¡Sé que soy salvo! Yo sé a quién he creído”?
Si no puede responder de esa manera y desea ser un creyente victorioso que posee la seguridad de la salvación, la salvación que se conoce; si ansía un cambio profundo, divino y radical, por favor permítame decirle cómo puede ser salvo.
Admita Su Pecado
Primero, tiene que entender que usted es pecador. La Biblia dice: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Abandone Sus Propios Esfuerzos
Segundo, debe entender que no se puede salvar por sus propios esfuerzos. La Biblia nos explica claramente que “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia” (Tito 3:5).
Otra vez: “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).
Admita El Sacrificio De Cristo
Tercero, debe creer que Jesucristo, el Hijo de Dios, murió por sus pecados. La Biblia dice: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Esto significa que murió en su lugar. La pena de su pecado fue pagada con la sangre de Jesucristo, que “nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
AcéPtelo Como Su Salvador
Cuarto, debe poner su fe en Jesucristo y únicamente en Él para ser salvo. La sangre de Cristo no le sirve de nada hasta que la reciba por fe. La Biblia afirma: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 16:31).
¿Ha tomado este importantísimo paso de fe? Si no, urge que lo haga en este momento. ¿Por qué? ¡Porque Jesús es la única forma de llegar al cielo!
Hablando de Jesús, en Hechos 4:12 el apóstol Pedro testificó: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.”
Jesús mismo enseñó: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí” (Juan 14:6). No puede ser más claro.
¿Está dispuesto a elevar la siguiente oración a Dios?
“Amado Dios. Sé que soy pecador. Sé que Tú me amas y deseas salvarme. Jesús, yo creo que Tú eres el Hijo de Dios, quien murió en la cruz para pagar por mis pecados. Creo que resucitaste de entre los muertos. Ahora me alejo de mis pecados y por medio de la fe, te recibo como mi Señor y Salvador personal. Entra en mi corazón, perdona mis pecados y sálvame, Señor Jesús. En tu nombre te lo suplico. Amén.”
Si eleva esta oración de todo corazón, ¡Dios le escuchará y le salvará! Jesús prometió que al que a Él viniere, no le echará fuera (Juan 6:37). Él le hará un hijo de Dios, si cree en Él. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).
¡Entréguese a Jesucristo hoy!
Qué gozo es recibir correspondencia de personas que han orado para recibir a Cristo como su Señor y Salvador.
Por ello, si oró, entregándole con todo su ser, su corazón al Señor Jesús Cristo, escríbanos y háganoslo saber para regocijarnos con usted y orar por su nueva vida en Jesús.
O si posee alguna inquietud acerca de su crecimiento espiritual o le gustaría aprender más acerca de cómo llegar a ser creyente, nos encantaría que nos contacte.
MINISTERIO
EL AMOR QUE VALE
P.O. Box 38400 Memphis, TN 38183-0400 EE.UU
http://www.elamorquevale.org/
Versión en español: Maritza Edmiston
Todos los derechos reservados.
http://www.lwf.org/site/PageServer?pagename=eaqv_dis_YouCanBeSure